Las obras en la iglesia del Rivero, de San Esteban, que el conde no quería pagar
Felipe López Pacheco y de la Cueva Acuña Girón y Portocarrero (1727-1798), XVI conde de San Esteban, manifestó su desacuerdo con lo que, según las autoridades eclesiásticas, le tocaba pagar
Con mejor o peor fortuna, mucho es lo que se ha escrito en crónicas árabes y cristianas, sobre las tierras de gesta de San Esteban de Gormaz, que otrora fuera una de las «puertas de Castilla». La silueta de su castillo roquero y las fotografías de sus templos románicos han dado la vuelta al mundo. El autor del Poema de «Mío Cid» calificó a la villa de «una buena çiudad» y dijo de sus moradores que «siempre mesurados son». Y Lorenzo de Sepúlveda, en el «Romancero de Amberes» (1551), escribe
«San Esteban de Gormaz,
fuerte eres y torreado,
ganárate de los moros
el buen conde castellano
nombrado Garci-Fernández
el valiente y esforzado».
Pero, en vísperas de sus fiestas patronales, vayamos al tema. El 25 de junio de 1796 Simón Izquierdo, vecino de San Esteban y mayordomo de la iglesia parroquial del Rivero, hacía notar haberse advertido «alguna quiebra en la fábrica material de la Iglesia siendo preciso e indispensable el acudir a su pronta reparación para evitar de este modo el que con el transcurso del tiempo venga toda ella a dar en tierra». Ante la situación se apoderó a Francisco González, procurador del tribunal eclesiástico del obispado de Osma, para que tratase con el provisor y vicario general y éste nombrase un maestro que reconociera el inmueble e informase a cuánto ascendería el coste de la obra a ejecutar.
El procurador, en cumplimiento del poder, informó al provisor que en la cornisa exterior de la iglesia se había advertido alguna ruina, lo que avisó al cura de esa parroquia. Éste ordenó pasase un maestro para su reconocimiento, pero, al parecer, no lo hizo. Por ello José García, vecino de la Villa, «como pedía la celeridad del caso», hizo llamar a Manuel Chique, quien dispuso derribar un pedazo que amenazaba ruina inminente. Estando en su demolición José García reconoció su estado más minuciosamente, y ordenó cerrar la parroquia «porque el artesonado amenazaba pronta ruina y pedía eficaz remedio». Francisco González pedía el provisor, a fin de precaver los perjuicios que podían acaecer a los fieles, designase maestro que reconociera el templo, hiciese condiciones, traza y presupuesto.
El mismo día el Dr. Manuel Fernández Villegas, canónigo de la catedral, gobernador, provisor y vicario general interino del Obispado, en sede vacante por traslado a Jaén de fray Diego Melo de Portugal, obispo de Osma (1794-1796), designó a Manuel Izaguirre y Joaquín Gorachurrieta, maestros de obras y vecinos de San Esteban, para que manifestasen «con toda expresión e individualidad lo que se necesita obrar y ejecutar para dejarla firme y segura». Ordenaba, además, que el cura informase del caudal que tenía la parroquia, a cuánto ascendían sus rentas anuales, cuál era el gasto ordinario; así como del estado en que se hallaban los ornamentos y vasos sagrados.
Días después, los maestros Izaguirre y Gorachurrieta, emitían su informe asegurando que el coste de las reformas ascendería a 20.284 reales. El 8 de julio de 1796 Joaquín de Gorachurrieta, estante en Langa de Duero, presentó las «Condiciones bajo las cuales se ejecutará obra en la Iglesia de Nuestra Señora del Ribero de San Esteban».
Cuatro días más tarde el clérigo informó, como se le había ordenado, de las rentas parroquiales poniendo de manifiesto que éstas no eran suficientes para sufragar los gastos de la obra proyectada. Por ello el provisor dispuso que el resto, hasta llegar a la cantidad necesaria, se debería repartir entre las personas que disfrutaban de beneficios de la cilla parroquial: los clérigos de esa iglesia, el cabildo de la catedral de Osma y Felipe López Pacheco y de la Cueva Acuña Girón y Portocarrero Manrique de Silva Cabrera y Bobadilla (1727-1798), XVI conde de San Esteban, Xiquena, XIX de Castañeda, Fuensalida, Puñoenrostro, Villanova en Portugal; XII marqués de Villena, XIII de Moya, VII de Bedmar, XVI de Aguilar de Campó, X de la Eliseda, XI de Villanueva del Fresno y Barcarrota, Estepa; XII duque de Escalona, tres veces grande de España. Casado, el 21 de febrero de 1750, con su sobrina María Luisa Manuela Centurión y López de Ayala.
Después de muchos trámites legales, el 8 de abril de 1797, el Dr. López de Ansó, concedió licencia para obrar, con arreglo a las condiciones. Y el día 15, Miguel Martín Esgueva, cura del Rivero, mandó fijar los carteles en San Esteban de Gormaz, Aranda de Duero y El Burgo de Osma, convocando a los licitantes para que hicieran postura a la ejecución de la obra, lo que se hizo en la parroquia titulada de San Esteban protomártir, restos de cuyo templo se vendieron y trasladaron a Camprodón. Los maestros hicieron varias bajas y mejoras y se adjudicó a José García y Alonso Nevado en 20.214 reales. El 17 de mayo se formalizó la escritura de fianza, comprometiéndose a terminar la cubierta para el día de Todos los Santos de ese año y «finada con el embovedado en San Juan de junio del próximo venidero».
Se hizo el reparto del dinero que faltaba para el pago de lo fabricado y surgieron problemas por parte de la parroquia, al considerar que ya aportaba todo lo que tenía, y el mayordomo del marqués de Villena por pensar era injusto el repartimiento y la parte que debería abonar. Alegaba el representante den noble, para no pagar lo que según las autoridades eclesiásticas le correspondía, «porque es verdad muy constante que en las dos partes de su tercio… no se percibe… cantidad alguna de avena, lana ni ajos. Por manera que con este respecto no pueden ni deben contribuir tanta porción de dinero cual deben los otros interesados que reciben avena, lana y ajos sin descuento alguno en los otros dos tercios… Los gastos de la obra se han de cargar según los frutos y emolumentos que cada uno de los partícipes recibe de la iglesia del Ribero. Lo contrario sería admitir un sistema de desarreglo y ofensivo a la fábrica y a Su Excelencia que no se niegan a satisfacer lo que sea correspondiente a sus frutos».
Más tarde, Domingo Navas, en nombre del mayordomo de la iglesia, informó que se había acabado la obra y se debía nombrar un maestro para darla por buena; cargo que recayó, el 12 de julio de 1798, en Pedro Olivares, maestro arquitecto y vecino de El Burgo de Osma. Éste las dio por buenas por lo que el provisor mandó que se terminara de pagar, si bien el problema del reparto duró, cuando menos, hasta 1802.
Y puesto que nos referimos a la parroquia Nuestra Señora del Rivero, en la que recientemente se ha intervenido en su muro de contención, viene a cuanto la coplilla que se cantaba, en El Burgo de Osma, cuando se reunía la concordia de la Virgen del Espino en petición de agua.
«Los de San Esteban dicen
que su Virgen ha llovido.
No ha sido la de El Rivero,
que ha sido la de El Espino».