Heraldo-Diario de Soria

CULTURA

Gaya Nuño, un siglo de vanguardias y letras

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento en Tardelcuende del escritor y crítico

Gaya Nuño ríe junto a su esposa, Concha de Marco, y José Camón Aznar.-

Gaya Nuño ríe junto a su esposa, Concha de Marco, y José Camón Aznar.-

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T. C. / Soria
Soria

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Hoy, 29 de enero de 2013, Juan Antonio Gaya Nuño hubiese cumplido 100 años. El hijo más ilustre de Tardelcuende y una de las mayores figuras que ha dejado Soria para la historia falleció el 6 de julio de 1976, pero su obra todavía está viva, como prueban las numerosas publicaciones y exposiciones que sigue generando. Escritor, crítico de arte, historiador, profesor (aunque siempre se le ‘vetó’ la universidad)... Un siglo después de que viese la luz a orillas del Izana, su legado sigue muy presente.

Gaya Nuño nació en el seno de una familia tradicionalmente dedicada a la medicina. Su padre, José Antonio Gaya Tovar, había seguido los pasos del abuelo y era el facultativo de la localidad. Cuando el joven Gaya Nuño tenía siete años la familia se trasladó a la capital.

 

Fue precisamente el doctor Gaya quien se ocupó de su educación hasta su paso al Instituto de Segunda Enseñanza (hoy Antonio Machado), compatibilizando la labor didáctica con su trabajo que también incluía clases de educación física e incluso un cargo de concejal en 1922. Precisamente en ese año un incendio calcinó la primera vivienda familiar en la capital, por suerte sin afectar a la familia.

 

A tenor de los resultados, la educación doméstica fue mala. Su sensibilidad artística era tal que a los 14 años ya sentía tal devoción por Picasso que quería viajar a París para conocerlo, aunque el genio malagueño aún no había alcanzado toda su proyección.

 

Posteriormente marchó a la Universidad Central de Madrid para estudiar Filosofía y Letras. Su tesis doctoral, ‘Románico en la provincia de Soria’, ya dejaba entrever a un investigador exhaustivo que no sólo se limitaba a recopilar datos. Blas de Taracena o José Tudela fueron algunos de sus apoyos para poder presentar este trabajo en 1935.

 

Comenzó entonces a preparar oposiciones para optar a cátedras en Murcia y Santiago de Compostela mientras ejercía de ayudante de profesor en su materia y también dedicaba horas a la biblioteca de la Diputación. Ya entonces fue guía de artistas tan destacados como Federico García Lorca en su periplo por la capital y Numancia.

 

En 1935 conoció a quien sería su más fiel compañera hasta su muerte, la poetisa Concepción García de Marco, más conocida como Concha de Marco. Soriana desplaza a Madrid, poetisa y licenciada en Ciencias, pronto se convirtió en su gran amor que certificó su matrimonio en 1937.

 

Sin embargo, la llegada de la Guerra Civil le golpeó con fuerza. Su padre fue arrestado,  y fusilado junto a la tapia del cementerio en uno de los episodios más emblemáticos de la represión en Soria por la dimensión social del doctor Gaya Tovar. Además, se le impuso una multa de 7.000 pesetas que debieron pagar la viuda y los hijos.

 

La situación le llevó a alistarse en el bando republicano, donde combatió en Guadalajara. Tras la Guerra se entregó y fue condenado a 20 años de cárcel, si bien consiguió salir -eso sí, con la condicional- poco tiempo después. Fue rehaciendo su vida, eso sí, con un estigma que le cerró las puertas de las cátedras.

 

Fue recuperando paulatinamente su producción investigadora y literaria hasta que en 1948 pasó a dirigir las Galerías Layetanas en Barcelona, estrechando lazos con el también historiador del arte José Gudiol. Desde allí comienza a promover a artistas que en aquella época eran ‘raros’ y hoy se consideran claves en las vanguardias del siglo XX. Tapies, Pons, Benjamín Palencia o Cuxart comenzaron a llenar sus artículos y paredes uniéndose a Dalí, Picasso o Miró, admirados desde hacía tiempo. Poco a poco fue elaborando fichas de medio millar de artistas, lo que sumado a sus más de 600 artículos y 70 libros -entre ellos grandes biografías críticas-, según recuerda José María Martínez Laseca, da buena medida de su amor por el trabajo al igual que su correspondencia con los grandes museos.

 

Vivía exclusivamente de escribir, y la década de los 50 fue especialmente prolífica. En 1953 publicó una ‘piedra angular’ de la sociedad soriana, ‘El Santero de San Saturio’, pero sus escritos iban más allá del reencuentro con su tierra. Viajero incansable, desde una España todavía aislada dio clase en Puerto Rico, recorrió México en busca de su arte o realizó trabajos de campo en el Moma de Nueva York.

 

La dirección de cursos de la Menéndez Pelayo, el premio Lázaro Galdeano, la vicepresidencia de la Asociación Española de Críticos de Arte, las publicaciones editadas en México para evitar problemas o las grandes obras analíticas y literarias son sólo ‘pequeños’ hitos en una vida apasionante cuyos frutos aún hoy sirven de guía al mundo del arte. El 6 de julio de 1976 falleció en Madrid. Pero Tardelcuende, Soria, España y el mundo le recuerdan.

 

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