LAS CUEVAS
Una tradición al carboncillo
Las Cuevas revive un año más la elaboración del popular cisco ante cientos de asistentes
Las Cuevas de Soria vivió ayer una jornada de fiesta y tradición con el Día del Cisco, una fecha marcada en rojo en el calendario de la comarca del Izana por recuperar un antiguo oficio, reunir a cientos de personas y estar jalonada de buena gastronomía popular. La temperatura además acompañó y la afluencia fue muy numerosa a la hora de remover las ascuas y todavía más en el momento de dar cuenta de la caldereta de ternera.
Como todos los años, los cisqueros madrugaron en el segundo domingo de marzo para mostrar una labor hoy casi perdida y, por qué no, hacerse su propio combustible de fuente renovable. Para ello, el primer paso fue preparar el cuerpo con el reparto de rosquillas antes de salir al monte elegido.
Entre carrascas se amontonaron las gavillas formadas por finas ramas que se suelen retirar de los árboles mejorando así el mantenimiento del bosque. Con el fuego ya en marcha llegó el momento de ‘ahogarlo’ para que la madera se fuese consumiendo sin llama. Los expertos cisqueros, y en Las Cuevas hay unos cuantos, jugaban con el agua y los movimientos de los montones para dejar el carbón en su punto justo para ser consumido después en el brasero.
Mientras cisqueros y espectadores olían a humo, a pocos metros el aroma cambiaba bastante y a mejor. Los chorizos y torreznos se iban dorando para el almuerzo campero, protagonizado como mandan los cánones en Las Cuevas por unas contundentes migas regadas con vino de la zona, lo que también permitió que se viese correr alguna bota de mano en mano.
No obstante, lo primero era lo primero. Tras ‘apalear’ el carbón para hacer trozos finos, y con el material todavía humeante, llegó el momento de ‘recolectar’ el preciado material en los sacos. Como recordaban numerosos asistentes, aún hoy en día es un buen combustible. A principios del siglo XX, de hecho, era una forma de subsistencia para buena parte de la población y de hecho el producto se llevaba a la capital para venderlo.
Una vez recogido en cisco, entonces sí, llegó el momento de dar buena cuenta del almuerzo mientras seguía acercándose gente al paraje, como siempre bien señalizado por los cisqueros para que todo el mundo pueda acercarse a la celebración. Bajo un agradable sol, entre charlas y reencuentros, llegó la hora de volver al pueblo para mostrar atractivos como el museo etnográfico o la villa romana aprovechando la gran afluencia.
Una caldereta de ternera a cargo del chef de La Chistera, José Antonio Antón, puso el broche de oro a una jornada que otrora hubiese sido de trabajo. Ayer, gracias al empeño de los vecinos, quedó de nuevo patente que es una fiesta.