EL LADO OCULTO
Peñalcázar, entre lo fascinante y la desolación
La fortificación, declarada monumento hace 70 años, posee construcciones celtíberas, romanas y árabes
Imponente lo que fue e incluso sus ruinas, Peñalcázar se alza en el campo de Gómara a 1.249 metros de altitud. Y hasta en los días más suaves pueden sobrevenir escalofríos pensando lo que hace siglos debido de encerrar este pueblo fortaleza, hoy despoblado, en el municipio de La Quiñonería.
El ascenso rápido puede dejar sin resuello pero merece la pena, aunque cada vez hay más silencio y hasta menos piedras. Con todo y con ello, se sigue subiendo a ver ‘la Peña’, como siempre han dicho los vecinos de pueblos cercanos.
La fascinación que llega a ejercer la fortificación sobre el visitante no tiene nada que ver con el sentimiento que produce entre quienes están cerca de ella todos los días. «Es casi una escombrera, el futuro de los pueblos de Soria a largo plazo». El pesimismo de Isidro Gil Martínez tiene su razón de ser. Este vecino de La Quiñonería no se ha movido del pueblo desde que tenía tres años y nunca vio vivo a Peñalcázar, un pueblo fortaleza al que no se puede acceder en coche. Primero fue ciudad celtíbera, luego romana y más tarde árabe. Demasiada historia para el rápido avance de un siglo XX que dio la espalda a esta población, a la que nunca llegó el agua corriente.
Parte de la historia de Peñalcázar es también la de Isidro. A la mente del alcalde de La Quiñonería vienen recuerdos propios y ajenos. «Subíamos a ver el pueblo por obligación», dice rememorando sus tiempos jóvenes. La exigencia familiar, a él o a alguno de los hermanos, era el pan nuestro de cada día por razón doble. Día sí y día también había que llevar a pastar a las ovejas y a veces el lugar elegido era la Peña. «Arriba es llano y de allí no se escapaban».
Otro de sus recuerdos tiene el nombre de Segundo, «la última persona que vivió arriba. Fue el último vecino. Tenía un hermano pero vivía en La Quiñonería», cuenta. El pueblo quedó despoblado y sin hálito de vida humana en 1978. A partir de entonces se han saqueado y asaltado hasta las piedras.
Escritores locales e historiadores se han hecho eco de esta hermosa fortificación, declarada monumento en abril de 1949, hace por tanto 70 años, con restos de los pueblos y culturas que la han habitado, aunque cada vez resultan menos reconocibles a la vista. Aún lo son los lienzos que se conservan de la muralla que rodeaba a la Peña y del antiguo alcázar, de donde tomó el nombre. Villa fronteriza entre Aragón y Castilla, el lugar atrae de tarde en tarde alguna visita, cada vez menos, no obstante.
A buen seguro que los celtíberos, moros y cristianos que allí vivieron nunca pensaron que lo hicieron en el sitio equivocado. Ahora bien, el presente de este lugar sería otro –e incluso su futuro– si atendemos a las palabras de Isidro Gil Martínez. «Si estuviese al lado de la Autovía de Madrid, esto sería otra cosa. O incluso de estar al lado de una carretera general»... Razón no le falta al hablar así de Peñalcázar, a caballo hoy en día entre lo que tuvo de fascinante y la desolación que provoca.