Huellas de mujeres en el campo
Las agricultoras y ganaderas de la Comunidad denuncian la falta de visibilidad de la labor que desempeñan dentro de un sector que todavía está muy masculinizado / Estas propietarias de explotaciones aseguran que queda «mucho camino por recorrer»
Mercedes Santos tiene 84 años. Es la mayor de doce hermanos y eso se traducía, en sus «años mozos», en tener que arrimar el hombro. No solo ayudaba con las tareas del hogar, sino que también se remangaba los pantalones para salir al campo. Y lo hacía literalmente.
Cada vez que esta palentina vuelve la vista atrás hay un recuerdo que le saca una sonrisa: el impacto que en su pequeño pueblo provocó que sus hermanas y ella vistieran «como hombres» para ir a las tierras. «Nos dimos cuenta de que para trabajar un pantalón era mucho más cómodo y práctico que una falda», comenta orgullosa de lo que entonces fue visto como una hazaña. Recibió criticas, pero también algún halago. «Otras mujeres comprendieron que tenía su lógica», añade antes de explicar que llevaban largos faldones para «evitar al sol» puesto que entonces «la piel morena no era sinónimo de belleza sino, más bien, la seña de identidad de familias con escasos recursos económicos».
Las arrugas que han tomado el testigo de las pecas en el rostro de Mercedes son el vivo reflejo de una mujer trabajadora. Su memoria ya tambalea pero la simpleza de aquel gesto, que sin ella saberlo supuso un gran triunfo, continúa intacto en las historias que regala a sus nietas en su afán por enseñarles cómo han cambiado las cosas. Pero la verdad es que no lo han hecho tanto o, al menos, no lo suficiente.
reivindicación
En silencio, esta octogenaria levantó la voz. Reivindicó su papel, el que jugaba en la explotación familiar como trabajadora y en la vida como mujer. Un clamor que ha perdurado en el tiempo, encabezando una lucha histórica por la igualdad y una batalla en la que la brecha de género y el techo de cristal se postulan como antagonistas.
Esta realidad cabalga a sus anchas por los diferentes sectores; pero si hay uno por excelencia masculinizado, además de envejecido, ese es el primario. La agricultura y la ganadería continúan siendo «cosa de hombres». Al menos en cuestión de visibilidad, porque el trabajo de las mujeres en las explotaciones ha sido y es indispensable. Lucía, Margarita, Conchi, Gloria y María José son un claro ejemplo de ello: su pasión y su vida confluyen al aire libre, en el campo.
Solo un 18% de las afiliaciones en el sistema especial agrario tienen nombre de mujer. Castilla y León actualmente registra 12.112 altas en la Seguridad Social que responden a sector, 9.856 son hombres.
Las ayudas directas para el desarrollo rural del Ministerio de Agricultura beneficiaron hace tres años, según los últimos datos disponibles, a 73.690 personas en la Comunidad. De ellas, tres de cada diez eran mujeres y apenas un 6% de estas 21.469 beneficiarias tenían menos de 40 años.
Exactamente lo mismo ocurría un ejercicio después, cuando de las casi 70.000 solicitudes presentadas a la PAC de 2017, las mujeres estaban detrás de un 29%. Además, las firmantes de casi un 70% de estos 19.972 expedientes eran mayores de 55 años.
Otro aspecto que no puede obviarse es la titularidad compartida. Y es que la actividad femenina en el campo siempre ha sido intensa pero invisible, al carecer de reconocimiento jurídico, económico y social. Más de un tercio de quienes trabajan en una explotación agraria familiar son mujeres; sin embargo, los hombres son quienes figuran como titulares mientras que ellas aparecen como cónyuges. En el caso concreto de la región, son 192 castellanas y leonesas las que se encuentran bajo este régimen.
En seis años, de 2007 a 2013, fueron 3.038 jóvenes los que se incorporaron a la agricultura y la ganadería en la Comunidad, cerca de un 21% eran mujeres. Datos más recientes ponen sobre la mesa que esas incorporaciones, en el periodo 2016-2018, alcanzaron las 2.705. En este caso, la representatividad femenina subió cinco puntos hasta un 26%.
Estas cifras son más que simples números y sus respectivos porcentajes. Reflejan historias, historias con doble dosis de trabajo y triple de reivindicación. Historias que necesitan ser contadas no para ser comprendidas, sino para darse a conocer. Para, como hizo Mercedes con sus hermanas, alzar la voz y romper una lanza a favor de las mujeres. De las mujeres que trabajan y que lo hacen subidas a un tractor, con una azada en la mano o cuidando a su ganado.
LUCÍA
Casi a las puertas de la universidad, Lucía López entendió que su decisión de sumergirse en la carrera de Historia no era realmente lo que ella quería. «Me puse a pensarlo fríamente y no veía futuro, no mi futuro. Primero tenía que terminar la carrera y después encontrar trabajo de ello. Se me antojaba muy difícil», recuerda.
La respuesta a esta incertidumbre la tenía más cerca de lo que pensaba, en su propia casa. «Mi padre se dedica a la ganadería, lo he mamado toda la vida y siempre me ha gustado», explica esta joven de 23 años que optó por «lanzarse» al campo, concretamente al de la localidad segoviana de Villacastín.
Ahora vive dentro de una «rutina» en la que el despertador suena a las ocho de la mañana y la jornada transcurre entre los cuidados de los animales y la puesta al día del papeleo. «Aunque mi padre me ayuda a mí y yo le echo una mano a él, trabajamos por separado, cada uno con lo suyo», responde Lucía sin necesidad de ser preguntada. Y es que esta joven se enfrenta a «la misma» reacción cada vez que dice que es ganadera: «¿Pero serán las vacas de tu familia, no?».
Para Lucía, las mujeres «poco a poco» se van «atreviendo» a tomar las riendas de un sector que todavía está «bastante» masculinizado. «Somos más valientes, pero aun nos cuesta. Y nosotras también tenemos un poco de culpa al echarnos para atrás convencidas de que no vamos a poder», reconoce. Ella lo tiene claro. Comprende que la «fuerza física no es la misma» pero el objetivo final sí. «¿No soy capaz de coger un saco de 40 kilos? Pues lo parto por la mitad», ejemplifica.
Decantarse por la agricultura y la ganadería presenta aun más trabas, a su parecer, en la gente joven, como es su caso. «Si no tienes una familia que se dedica a ello o que te respalde, es muy complicado salir adelante. Es inviable», apunta y propone un incremento de las «ayudas económicas» para que este ámbito resulte más atractivo.
MARGARITA
Hace 24 años Margarita Pérez tomó el testigo de su progenitor cuando este se jubiló. El amor por el campo que compartía con su madre facilitó este relevo generacional, para el que se preparó a conciencia con un curso de incorporación de jóvenes a la empresa agraria. «Es una profesión sacrificada a nivel personal y familiar, pues exige mucho tiempo y dedicación, entre otras cosas», contextualiza antes de remarcar que, en su caso, «es algo vocacional».
Esta burgalesa, de la comarca de Las Merindades, comenzó con 28 años en el mundo ganadero con la misma ilusión con la que aun afronta cada jornada que, explica, nada tiene que ver con la anterior. Revisar que la vacada está al completo y si hay algún parto o accidente son tareas que se intensifican en invierno. «El pasto escasea y hay que darles de comer pienso y buena hierba», concreta para después subrayar que esto requiere de» un ejercicio físico importante». Momento en el que cuenta, agradece, con el «incondicional» respaldo de su familia.
Margarita es la vicepresidenta de Asaja en Burgos. Estar dentro de una organización agraria de esta talla hace que se «sienta más arropada» en su profesión como ganadera.
Considera que la presencia femenina «cada vez es más real» pero también tilda de necesario el «seguir animando a las agricultoras y ganaderas a que den un paso al frente y sean protagonistas en el sector». Esta burgalesa apuesta por dejar fuera de juego «al miedo, las trabas mentales y la tradición» para no quedarse atrás. «No hay motivo para que las mujeres no lleguemos hasta donde queramos, pero es imprescindible que nosotras seamos las primeras que apostemos por ello», insiste.
A su juicio, los hombres son «compañeros» de esta lucha. «No somos contrincantes y por ello deben apostar, porque la unión hace la fuerza y este sector necesita de ambos trabajando en la misma dirección», alega para terminar recordando que la mujer es «quien fija población» en el medio rural. Dentro del mismo, la carencia de infraestructuras, las malas comunicaciones por carretera y las zonas sin Internet son los motivos que más pesan más en la juventud para quedarse en él.
CONCHI
En su carta de presentación, Conchi González advierte que no es una «agricultora al uso». Vive a caballo entre Valladolid y León, entre la oficina y las tierras. «Soy ingeniera agrónoma y participo en el negocio familiar», concreta. Ahora, que es tiempo de sembrar remolacha, está centrada en las muestras del suelo, prepara el abonado y selecciona las variedades. Gestiona el cultivo y lo deja todo bien organizado para cuando haya que empezar. «Lo programo todo con la mayor exactitud que puedo, luego ya llegarán las lluvias y las nieves para descolocarlo», bromea.
Su pretensión de estudiar Veterinaria «se torció» y la llevó hasta la Ingeniería. La primera toma contacto de Conchi con este ámbito, propiamente dicha, fue como ganadera. Pero hace cinco años vendió las vacas para dar el salto a las tierras. «No somos agricultores y ganaderos de toda la vida, pero sí existe cierta vinculación», apunta. Esta mujer de 49 años ha encontrado el «equilibrio» entre lo profesional y lo personal. «El campo es más entretenido que estar ocho horas en una oficina como tal, además está relacionado con mis estudios y me lo paso bien», asegura antes de confesar que esta compatibilidad de trabajos es «perfecta».
Para ella, hablar de sector masculinizado son palabras mayores. «Sí es cierto que son muchos los hombres que lo integran», empieza una explicación en la que continúa aclarando que «quizá es porque tienen más fuerza física y hay ciertos trabajos que la requieren». Todo ello no oculta, considera, «la presencia de la mujer».
Tampoco entiende que el envejecimiento se haya adueñado de la agricultura y la ganadería. «Siempre hay gente joven vinculada a estas labores, solo que viven fuera porque los pueblos no tienen ya ni bar», manifiesta para después apuntar que se trata de un «movimiento natural que es inevitable» por el mayor abanico de oportunidades que brinda la ciudad. «Al final hay más cosas como tiendas, colegios o universidades, pero el trabajo en el campo se mantiene y la gente está encantada con él», concluye.
GLORIA
A sus 34 años, Gloria Díaz encontró en la ganadería una «buena salida para conciliar» su faceta laboral con la personal. «Mi vida está un poco dividida. Compagino las tareas domésticas, como cualquier ama de casa, con mis vacas», confiesa orgullosa de la decisión que tomó a finales del pasado octubre, cuando empezó de cero, pero con un conocimiento «de primera mano». Viene de una familia que siempre ha trabajado con ganado, pero su negocio «no es heredado» sino propio.
Esta abulense se formó en Ambientales y trabajo durante unos años en un laboratorio. «Todos los días hacía unos 60 kilómetros y, al final, la jornada laboral no son ocho horas, sino nueve o incluso diez», recuerda. Todo cambió al ser madre. Entonces encontró «la opción que mejor encaja» con sus hijas y con las ganas de seguir viviendo en el pueblo donde, puntualiza, «no hay muchas alternativas». A esto suma puntos su pasión: «Yo no podría estar en una oficina o en un comercio. A mí me gusta el aire libre», sentencia.
Gloria asegura vivir el machismo en su propia piel. «Te toman un poco a cachondeo: ¿Tú vas a ser ganadera? ¿Pero te ayudarán, no?». Una provocación a la que contesta con total naturalidad: «Si un día lo necesito pues sí, me ayudarán; pero sino, yo sola atiendo a mi ganado». Así, ubica en «la valentía mezclada con las ganas de trabajar» la «clave» para que este ámbito cale.
MARÍA JOSÉ
El sector primario llegó a la vida de María José Mulero desde su comienzo. «Mis padres siempre han sido agricultores y desde pequeñita me introdujeron en este mundo», apunta esta ingeniera agrícola que hace seis años asumió la gestión de la explotación de regadío que su familia tiene entre Villanueva de San Mancio y Medina de Rioseco.
Esta mujer de 41 años considera que tiene «la suerte de vivir y trabajar en el mundo rural». Las mañanas las dedica a un grupo de acción social en la localidad riosecana, mientras que las tardes y los fines de semana están reservados para la tierra. Desgrana la agricultura como una actividad con muchas fases, algunas cargadas de trabajo y otras más tranquilas. Aprovecha estas últimas para continuar estudiando cursos sobre aquello que considera «más interesante». Su día a día va desde sembrar, donde reconoce que necesita apoyo, hasta abonar y llevar a cabo el resto de acciones que requiere la explotación. «Me acompaña mi marido, formamos un equipo», sentencia.
María José concreta que, además de los secretos de estas tareas, sus progenitores también le inculcaron la relevancia de la formación. «Me parece algo prioritario y, por supuesto, no tuve ninguna duda a la hora de elegir la Ingeniería agraria», asevera para después añadir que, desde que terminó la carrera, desempeña puestos ligados a este mundo, tanto en su explotación como para terceros.
«El sector más masculinizado es el agrario», denuncia. Una situación que, garantiza, «ha llevado incluso a infravalorar el papel de las mujeres» en las tareas agrícolas y ganaderas. «Se ha recorrido un poco, pero aun nos queda muchísimo camino y plagado de dificultades», lamenta, agradecida de haber tenido en todo momento el apoyo de sus padres. «Nunca me dijeron el típico márchate del pueblo, tampoco me aconsejaron no centrarme en la agricultura para buscar otro sector», celebra.
A pesar de sentirse afortunada, María José insiste en que aun queda mucho por demostrar. «La mujer siempre ha trabajado en el campo, pero a la sombra del hombre».