CENTENARIA / JACOBA MARCO GARCÍA
«He oído silbar cerca las balas, pero esto es peor que la guerra»
Haciendo frente a la peor guerra entre siglos. Sube y baja las escaleras hasta un segundo piso varias veces al día. Cose lo que le pidan y le faltan horas para hacer todo lo que quiere. Cien años de vitalidad sacudidos ahora por un ser invisible que no ha conseguido domeñar a Jacoba Marco García.
Sus palabras suenan con fuerza desde la residencia Peñarrubia Sagrada Familia, de Arcos de Jalón, donde vive desde hace algo más de tres años. «He oído silbar las balas cerca, y los aviones por encima, pero esto es peor que la guerra». Y ni siquiera se le quiebra la voz con las siguientes: «Si me muero, que mis hijos no vengan, ni se les ocurra». Así, de un golpe, sin soltar el bastón en el que se apoya, con la crudeza y sentido que dan la experiencia.
Nació el año que lo hizo Delibes, 1920, y en el que murió Galdós, el mismo en el que entró en vigor el Tratado de Versalles que pondría fin a la I Guerra Mundial. Natural de Torrelacárcel (Teruel), Jacoba vivió la de España y no la ha olvidado, «pero esto, hija, esto es mucho peor… Que los ancianos tengan que morir solos. Entonces aquello y ahora esto», lamenta alguien que fue capaz de sacarse el Graduado a los 80 y festejar su cien cumpleaños, en enero, bailando un tango, y hoy suma sus fuerzas al intento de frenar la pandemia.
El mismo espíritu vital le ha llevado esta semana a confeccionar mascarillas con otra residente del ce
tro, Carmen Talaverón. «No he podido hacer muchas: el enchufe no me va bien, la tela es algo gruesa y el hilo se rompe. Pero me entretengo en hacer lo que sea». De ello da fe la directora de la residencia, Mónica Gisbert, quien asegura que «lo mismo cose un empapador, unos pantalones que una bata». Por no hablar de las manualidades que hace. «Da igual lo que le plantees y le enseñes, lo hace todo», añade la responsable del centro, gestionado por Clece Vitam.
Madrugadora y amiga de las tórtolas que, ajenas al ruido, habitan en el árbol que hay frente a su ventana («les echo pan, no me gusta que se tire nada, nada de comida»), Jacoba se encuentra bien de salud y la única medicación prescrita no le acaba de encajar. Lleva audífonos «pero no puedo llevarlos bien, me atontan la cabeza», lo cual no le resta atención a los reportajes de animales que suele ver en la tele. Informativos nada y películas, tampoco. «La televisión me cansa mucho. Además, cada uno tenemos ya una historia», comenta. Sabiduría de la gente del campo, donde Jacoba trabajó durante su juventud, que pasó en su pueblo y en Teruel, donde conoció a José Gil, con quien se casó y tuvo tres hijos. Su familia reside en la provincia aragonesa, en Madrid y en Canarias. El baile y los viajes eran las aficiones favoritas del matrimonio durante la jubilación y hasta la muerte de él.
Ahora, amén de la costura y las manualidades, Jacoba forma parte del coro y visita enfermos. «Hago lo que puedo para entretenerme», cuenta antes de la despedida. «No tengo miedo a la muerte. Le pido a Santa Gema, pero miedo, ninguno», asegura antes de un último consejo: «Y lávese las manos bien». Así es Jacoba.