Una joya para brillar hecha con mimo
Adrián Pardo Oliva es un artesano joyero de El Burgo de Osma que hace que los símbolos locales se conviertan en oro
A poder portar en el cuello una parte de la catedral de El Burgo de Osma o lucir una pulsera con el skyline burgense se suma ahora una nueva joya con sabor artesano local: lucir en el cuello o en un anillo un pequeño bombón Ferrero Rocher, como guiño del artesano joyero local, Adrián Pardo Oliva, a la campaña de iluminación de la Navidad en la que ha participado la villa episcopal.
A sus 36 años este joven pensó de qué manera podía apoyar la campaña desde su establecimiento y se le ocurrió que, debido a su profesión, lo más sencillo era crear una joya. Y así nación primero un anillo que, como piedra preciosa, luce un bombón Ferrero, pero no terminó ahí, porque como la localidad pasó de fase consideró que podía ser una buena idea “hacer cosas distintas” y por eso plasmó el dulce italiano en un colgante.
La idea comenzó a fraguarse tras una reunión en el Ayuntamiento relativa a los bonos de comercio Burgosma, cuando les anunciaron la participación burgense y les invitaron a sumarse como apoyo a esta campaña, “la forma de colaborar que está en mi mano era esa”, recuerda Pardo.
Y, aunque la localidad no haya pasado de fase, la joya “ha gustado mucho”, asegura este joyero, que asegura que son muchos los que han pasado a verla por el escaparate de su taller, situado en la calle Mayor, 8 de la localidad, e incluso ha vendido alguna pieza, a unas turistas de Alicante que lo vieron en el escaparate y les encantó la idea.
Se trata de una joya realizada en plata con un baño de oro en la parte que simula al bombón y una pátina de óxido en la zona de la blonda y eso supone también darle forma para hacerlo de la mejor manera posible y la más económica, porque no hay una técnica única.
Pero no es la única línea de trabajo que desarrolla Adrián, porque, por ejemplo, ha fabricado también una línea con el rosetón de la catedral, con pendientes que muestran el grabado de la misma, así como colgantes con piedra que recoge sobre ella el skyline de El Burgo, el castillo de Osma, la catedral o San Agustín, entre otros aspectos.
Aunque los turistas también visitan su tienda, los habitual es que compren el caballito de Soria, que se ha hecho popular, mientras que son los burgenses, tanto los que residen en la localidad como fuera, los que compran estas joyas para llevar un recuerdo de la localidad, más allá de las fronteras de la villa.
Para poder desarrollar este trabajo, Adrián Pardo acudió a Madrid para estudiar en una academia de joyería y desde entonces “sin parar”, primero trabajando en la joyería familiar y, “cuando se me quedaba pequeña para toda la maquinaria” optó por independizarse, montando el taller en un local familiar enfrente, “por suerte mis padres tienen la joyería y no ha sido de golpe”, asegura, reconociendo que gracias a la ayuda de sus padres ha podido ir adquiriendo experiencia y encaminar sus pasos a la artesanía.
Su tarea es múltiple, porque junto con diseñar joyas, en lo que realmente más tiempo invierte es en reparar cadenas, cambiar el tamaño de anillos o modificar pequeñas joyas que, o bien han quedado desparejadas, y que se pueden fundir y realizar una nueva obra de arte.
De hecho es habitual que se puedan fundir joyas, tras estudiar el metal del que están realizadas, para después o bien pensar un nuevo diseño o realizar algo que pida un cliente para tener de recuerdo, “aunque a veces solo quieren el lingote, porque ocupa menos y después pueden decidir qué hacer”, explicando que, además, como el oro se revaloriza nunca baja de precio, algo ideal si llega alguna crisis.
A lo largo de los años, ha creado joyas curiosas, como un liguero de plata para decorar el muslo de una invitada a una boda, peinetas para novias, o detalles personalizados.
El mundo de la artesanía es algo que “hay gente que sí lo valora, pero nunca lo van a valorar del todo”, explica Pardo haciendo referencia a un trabajo que supone también que el precio pueda subir, porque se trata de un trabajo manual y único, aunque es fácil encontrar piezas por precios de 20 euros.
Sobre la posibilidad de vivir de este trabajo sabe que de la artesanía sólo es complicado, pero que gracias a reparar joyas se puede mantener el negocio.
Su oficio requiere de formarse continuamente, porque, tal y como explica “no nos dan un libro con las joyas durante los estudios”, sino que se enseñan técnicas y conceptos, y el paso del tiempo y la experiencia hace que se coja soltura.
Muchas de sus ideas surgen en el taller, mientras repara otras joyas, “me viene una idea a la cabeza y hay que aprovechar cuando viene la inspiración”, reconoce este joven, que además de la artesanía del mundo de la joya es un gran amante de la música, como demuestra con su participación en la banda Amigos del Burgo o la charanga, así como recibiendo clases de salsa y bachata. Aunque ahora lo tiene un poco más lejano, también es un aficionado al deporte, especialmente al bádminton, a la piscina y al fútbol, y de hecho jugó en las filas del Uxama.