ENTREVISTA / ISIDORO MARÍA ANGUITA
«Los muros de un monasterio hablan porque son un espejo en el que solo te ves a ti mismo»
Con el hombre hablamos de dudas, el verbo odiar y hasta del Salario Mínimo Interprofesional. Y cuestionamos al monje sobre la fe, la soledad y las cosas del rezar. Ninguno elude nada, ni siquiera confesar qué echa en falta en su casa, el inspirador monasterio de Santa María de Huerta, o la razón de por qué no come mermelada.
Pregunta-A ver, dígame dos razones por las que deba rezar...
Respuesta.-Si se tiene fe, es necesario. La fe lo que nos hace es vivir en unión con alguien al que amamos y rezar, precisamente, es es esta relación. Para mí es la razón fundamental, porque la oración no se trata para conseguir algo sino para vivir esa relación. Otro motivo para rezar pueden ser motivos utilitarios, pero ya son espurios, no son auténticos. Al final la oración es una relación de amor, en la que yo quiero vivir en unión con otra persona, en este caso con una relación con Dios. Y todo lo que sea pretender sacar tajada de ello es utilizar la oración.
P.-Tengo una duda. ¿Usted cuándo fue la última vez que dudó?
R.-La duda en cuanto que es pregunta existencial siempre nos va a acompañar. Nunca tenemos la certeza absolutamente de nada. Ni de las cosas que vemos cuando sabemos que los sentidos nos pueden engañar, y hay altas pruebas de ello. Ni de las cosas espirituales que, evidentemente, ni siquiera son materiales para poder tocarlas. Entonces la duda es algo que acompaña a la fe. Sin duda no hay fe. Quien tiene la fe, tiene la duda.
P.-A mí también me gusta el silencio. ¿Qué hace para que a veces no le pese?
R.-El silencio pesa pero no pasa nada. ¿Por qué no tiene que pesar? ¿Por qué las cosas valiosas no tienen que costar? No. El silencio es muy enriquecedor pero al mismo tiempo es exigencia. No quita la una cosa para la otra.
P.-¿Siempre lo tuvo claro el abad?
R.-Bastante claro. Lo cual no significa que no haya dudas ni toma de conciencia de lo que uno deja. Cuando coges un camino, lo coges libremente pero sabes que dejas otros que a lo mejor también podrías ser feliz. Pero valoras lo que tienes.
P.-Esto... ¿qué sabe el monje de lo que es el verbo odiar?
R.-(Ríe...) Todas las pasiones las tenemos en el corazón. Nadie se libra. Yo tampoco. Otra cosa distinta es que trasformes el odio en amor pero el sentimiento del odio claro que viene. ¿Cómo no va a venir? Cuando te ofenden, cuando te hacen daño... brota. Otra cosa muy diferente es cómo lo manejes. Pero no, no... El abad y el Papa... todos vamos a sentir las pasiones.
P.-¡Mire que este mundo lo pone difícil para creer!
R.-Sí, sí. Soy totalmente consciente de ello. A veces nos lo ponen y ponemos muy difícil las cosas para creer. Pero para creer ¿qué? Ésa es la cuestión. Muchas veces lo ponemos difícil para que crean en nosotros, pero cuando hay una motivación para creer, uno puede pasar por encima de esas imágenes de imágenes duras, de esos ejemplos negativos. El Concilio Vaticano II segundo ya lo decía claramente... Del ateísmo a veces somos responsables los mismos cristianos.
P.-¿Qué siente que le falta en el monasterio en el que vive?
R.-(Suspira). Esencialmente, esencialmente nada. Humanamente me gustarían muchas cosas, tener muchas experiencias, visitar muchos países, hacer muchas cosas... claro que sí. Pero cuando uno toma una opción también sabe lo que deja. Pero esencialmente, lo que está en la raíz, cuando uno está en paz consigo mismo y tiene la sensación de estar haciendo lo que desea... En ese sentido radical, nada.
P.-¿En qué trabaja?
R.-Materialmente te puedo decir que el trabajo está unido a nuestra vida. Desde que entré tuve un trabajo en la granja, uno en la agricultura, un trabajo dentro del monasterio, en la fábrica de mermeladas, un trabajo en la secretaría, un trabajo en el acompañamiento espiritual, en la gestión del monasterio... Humanamente muchísimos trabajos. Eso no me falta. Pero al final lo que hacemos es lo de menos. Lo importante es cómo lo hacemos. El hecho externo es un poco secundario. También es cierto que unos trabajos me realizan más que otros, pero al final el poder está dentro no fuera de mí. Si realizo un trabajo, buscándole el gusto al trabajo, voy a ser feliz; si realizo las cosas más bellas de mala manera, refunfuñando, voy a ser infeliz. Depende de mí. Todo está dentro de mí.
P.-Ahora terrenal. ¿Sabe que quieren subir el Salario Mínimo Interprofesional?, ¿y si no es el momento?
R.-Todo el mundo necesita para vivir, sé que hay hay un debate, pero no manejo la realidad administrativa del país. Me decía mi madre ‘no estires el pie más que la manta, porque si no, te vas a enfriar. Entonces todo es un equilibrio. Buscar un equilibrio, hasta dónde podemos y hasta dónde no podemos. Pero efectivamente todo el mundo tiene derecho a tener un salario digno.
P.-Habla de una realidad administrativa. ¿Cómo vive la realidad social un abad de monasterio, en este caso del Císter?
R.-Nuestro monasterio buscamos la realidad pero siempre está rodeado de personas, de muchos ámbitos. Por ejemplo, en las navidades me doy cuenta de la cantidad de gente que conozco y que me conoce de realidades muy distintas dentro de la sociedad. Al último que felicité, del Hogar Jesús Caminante, que es un hogar para transeúntes de Madrid… Lo bonito que tiene un monasterio es que es capaz de aglutinar a personas de muy diverso signo, donde hay una cierta inquietud de tipo espiritual, que si vamos más allá de los partidos y de los estamentos sociales y todo eso, pues une a la gente. La gran paradoja de un monasterio es que se aleja a la soledad y en la soledad se encuentran multitud de personas. La realidad es social y por supuesto que hay que tenerla muy presente.
P.-¿Cómo es eso de la soledad buscada?
R.-Pues muy hermosa. Muy hermosa porque no se trata de que estés huyendo de nadie, en absoluto, sino simplemente adentrándote en tu propia realidad, donde ahí descubres que hay un lugar de comunión con todo el mundo. Y lo ves fácilmente porque cuando miras a una persona intentas mirarle no por su apariencia, por su dignidad o estado social, sino por su valor, por lo que es ella ella misma. La soledad, si la adentras en tu propio corazón, puedes conectar con el corazón de las otras personas más allá de su propia apariencia. En ese sentido, la soledad es hermosa cuando no es un escapismo, cuando es algo que se busca.
P.-¿Por qué la vida tiene tantos matices?
R.-(Ríe) Porque es bella, porque es bella. No somos un ministerio de un país dictatorias, que parece que son todos monolíticos. La vida es bella porque tiene muchos matices, muchísimas pluralidad, muchas formas de ver la realidad, muchos colores… Por eso es bella.
P.-¿Y qué más aristas, la vida o la muerte?
R.-Depende también de la persona. Al final, ni la vida ni la muerte es nada. Lo importante es como yo lo vivo. Entonces la muerte es parte de la vida. Ahí está que cuando uno ha afrontado la vida de una determinada manera, encuentra belleza o se decepciona. Y cuando uno afronta la muerte desde una perspectiva más sólida, la va a vivir de una manera o de otra. Depende también de la situación de cada uno; hay situaciones muy duras y no se puede juzgar para nada.
P.-Con la mano en el corazón, ¿a usted le asusta?
R.-No, en principio no. Sé que está ahí y he acompañado a bastante gente en sus últimos momentos y para mí siempre ha sido un punto de meditación muy profundo. Hace unos meses estuve con un abad acompañándole prácticamente todo el mes hasta el último momento y… no me asusta. Me hace pensar.
P.-Habrá tenido que pensar mucho estos meses… por la pandemia, digo.
R.-Por supuesto, y me ha tocado personas cercanas, también. Dentro de nuestros monasterios ha habido personas afectadas y algunas han fallecido y, claro, te produce mucho dolor y mucho interrogante. Pero sobre todo, cómo valoramos las cosas y las personas… Como decía el Papa, la cultura del descarte es muy dura, es muy dura.
P.-¿Cómo hablan los muros del monasterio de Huerta?
R.-Los muros del monasterio hablan porque son como un espejo en el cual solo te puedes ver a ti mismo. No tienes escapatoria. El muro está haciendo afrontarte tu propia realidad. No te hablan desde fuera, te hablan desde dentro. Es decir, te permiten escuchar. Es una forma curiosa. Oímos muchas noticias, muchas informaciones y nos olvidamos de escuchar lo que brota de dentro.
P.-Recuerde la última vez que le dijeron algo que prefirió no escuchar.
R.-(Silencio). Vamos a ver, por supuesto que hay cosas que nos desagradan y las prefirirías no escuchar, y eso se da con frecuencia. Pero para mí el problema no es ése. El problema es cómo manejo esas cosas. ¿Qué hago con cacarear porque me gusta escuchar una cosa? No sirve para nada. Para mí es una ocasión. Todas las cosas que no me gustan son una ocasión. Primero para mí, para ver cómo las afronto y segundo para ver qué es lo que puedo hacer para mejorarlo. Pero con frecuencia escucho cosas que me desagradan, claro.
P.-¿Y ese afrontar es desde la fe o desde la psicología?
R.-Ambas cosas. La realidad humana es cuerpo, alma y espíritu. Empezamos a diseccionar y nos quedamos sin nada. El cuerpo tiene sus necesidades; la psicología, el alma.. tienen sus necesidades; el espíritu tiene sus necesidades. Una persona es una unidad. Diseccionarla es acabar con ella. ¿Cómo lo afronto? Lo afronto desde la fe, desde la espiritualidad y desde la psicología también. Y cuando es algo difícil con otro persona, desde su propia corporeidad, porque hay unas necesidades corporales, como las tengo yo, que hay que atender. No se pueden dejar de lado. Si no los problemas no se arreglan.
P.-Si no hubiera sido monje cisterciense ¿dónde estaría ahora?
R.-De médico. Es lo que yo quería ser antes de entrar y cuando conocí esto me dio un vuelvo la vida. Me cambió la vida. ero toda mi vida, desde niño, lo que quería ser era médico e irme a África. Y mirar dónde he ido a parar.
P.-Intento ser austera, pero es que sus mermeladas están de vicio, oiga.
R.-Pues me parece genial. Coma mermeladas porque están estupendas. Yo no las prueba porque engordan mucho. Pero están muy buenas, eso no es pecado ¿eh? Es una tentación válida.
P.-¿De qué forma vive y siente usted el mundo, lo social, lo político, lo trivial y lo vitalmente necesario entre cuatro paredes?
R.-En un monasterio no somos ajenos al mundo, ni mucho menos. Es cierto que no podemos estar desde una experiencia directa en muchas situaciones. Y eso hay que reconocerlo. Es una precariedad, una limitación, en cualquier grupo humano sucede lo mismo. Pero lo tenemos muy presente porque realmente estamos informados, vienen por aquí personas muy diferentes. Tenemos por ejemplo un albergue de transeúntes, personas que vienen de paso, que lo han perdido todo. Es pequeño pero les damos de comer, de dormir... y en ese sentido tenemos un contacto. O personas que vienen a pasar unos días a nuestro monasterio... Para todo vivimos. También se vive, como mucha gente, toda esa crispación a veces política, es visión partidista, es incapacidad de llegar a consensos. Que yo lo entiendo... son incapaces porque si no pierden su puesto de trabajo. Cada uno está defendiendo su parcela, pero a mí me cuesta mucho entender que nuestras comunidades, siendo muy diferentes, lo que trabajamos muchísimo, es intentar sacar algo común. No a ver quién puede más sobre el otro. A mí me cuesta mucho entender todo ese manejo político aunque sé que se vive de eso, pero bueno.
P.-Isidoro, ¿de verdad hay que creerse que la pandemia nos está haciendo mejores personas? Le confieso que a mí, no.
R.-Vamos a ver, vuelvo a decir lo que he dicho antes. Las cosas de fuera no nos hacen ni mejores ni peores. Las cosas de fuera, las situaciones, la realidad exterior... son ocasiones para ver cómo lo afrontamos nosotros. Si una desgracia la afrontamos de una manera, puede ser más positiva, y si la afrontamos de otra, puede ser más negativa. La clave está en nuestro propio corazón. Pero es muy diferente saber distinguir qué es lo que nos enoja... Mira, te voy a decir. Yo a lo hermanos les digo muchas veces que aprendan a distinguir, que no llamen a las cosas buenas o malas, que digan que las cosas 'me molestan' o 'me agradan'. Eso es diferente. Porque una cosa que me molesta me puede hacer mal o bien. Y una cosa que me agrada me puede hacer mal o bien. Todo depende de cómo yo lo viva. Y ese es el quick. No podemos estar dependiendo del albur de las situaciones o de las personas. Tengo que trabajar mi propia existencia, que es lo que me va a dar fortaleza.