Heraldo-Diario de Soria

QUINTA ESQUINA / JULIO SILVERIO OJUEL

«Nací sordomudo y los médicos me pusieron como si fuera subnormal»

Vencer al silencio y luego a la mudez no está al alcance ni en las fuerzas de cualquiera. Pero la pasta de Julito, como se le conoce, es otra: hoy y cuando la maestra lo sentaba en Las Anejas, solo, en un aula con auriculares y micrófonos; en la carretera con la moto o en la esquina del Collado con Claustrilla vendiendo cupones. Todos no lo vieron así.

Julio Silverio Ojuel.- MARIO TEJEDOR

Julio Silverio Ojuel.- MARIO TEJEDOR

Publicado por
P. PÉREZ SOLER
Soria

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Pregunta.– ¿De qué hablamos cuando hablamos de sordera? 

Respuesta.– No sé cómo decirte. Sordera es no oír. Cuando la gente habla con mascarilla, mal. Yo nací sordomudo y los médicos me pusieron como si fuera subnormal. Hace años. 

P.– ¿Y eso qué significó para usted? 

R.– Me jode mucho que me digan subnormal porque no es así. El sordo no oye. Si no oyes, no hablas. Si lees labios, hablas. 

P.– ¿Oír es vivir? 

R.– Oír bien. Pero depende de cómo hablas. Si hablas muy deprisa, mal. Por ejemplo, tú estás hablando perfecto. Pero hay otra gente que habla muy deprisa y es imposible oírla.  

P.– Me refiero a que si cuando oyó, y pudo hablar, vivió más y mejor. 

R.– Sí. Cierto. Eso es vivir más. Si puedes oír mejor, vives mejor. 

P.– ¿Y cuándo empezó a oír más? 

R.– De pequeño no llevaba audífono. Mi madre no tenía dinero porque éramos seis hermanos y se quedó viuda cuando yo tenía cuatro años. Mi madre llama a mi hermano, ‘Floren’. Yo como no oigo le digo ‘Piorren’. Confundo las palabras… A oír más y a vivir más empiezo con mi mujer. Empezamos de novios y no llevaba audífono ni nada. Ella me animó a que me pusiera el audífono. Pero a mí me daba mucha vergüenza, porque ya no ligo con las chicas.  

P.– ¿Qué significó hablar y hablar mejor? 

R.– Fue aprender a hablar más con toda la gente. Hay muchas personas que dicen que he aprendido mucho a hablar. Antes no lo hacía nada. Hablaba mal. Sin audífono hablaba poco y mal. Con audífono empecé a aprender. A leer en los labios me enseñó mi maestra. Me llevó a un colegio en Las Anejas, un colegio especial. Había unas mesas con muchos auriculares y micrófonos. Es lo que me enseñó mi maestra, Elda Llorente. La quiero mucho. Estaba solo en la clase, sin amigos, sin nada… 

P.– ¿Cómo fue aquella infancia? 

R.– ¡Brrr…! Fue muy difícil, pero también buenos recuerdos. Jugando al fútbol todos los días. Y la infancia en el colegio, solo en clase y no hay nadie de niños. En la guardería estaba con mi hermana, pero luego mi madre se la llevó a Madrid porque allí daban clase de signos. A mí no me dejaron. Mi madre dijo que, como era listo, me quedaba y fuera a clase normal. 

P.– ¿Escucha ahora mismo el viento? 

R.– Noto el aire, pero nada más. No oigo. Ni el mar, ni los pájaros, ni los coches, ni nada. Cruzo a veces la carretera y el coche pegado, sin darme cuenta. 

P.– ¿Cómo se comunica más con el mundo, hablando o con un gesto o una sonrisa? 

R.– Prefiero hablando que sonriendo. Porque hablar es lo más bonito, lo más alegre. 

P.– Es sordo y tiene dos hermanos que también lo son. ¿No tuvo miedo cuando tuvo a sus hijas? 

R.– Somos seis hermanos y tres sordos de nacimiento. Mis hijas, no. Pero me da miedo que a lo mejor mis nietos, puede ser que sí. Con mi hija no tenía. Yo ya tenía la experiencia y mi mujer ya conocía… No había problema. Antes no había colegios especiales, solo en Madrid lengua de signos, pero a mí eso no me va. No me gusta. Yo no sé. Y aunque me enseñe mi hermana, no quiero. (¿Por qué?). Porque prefiero hablar contigo normal. Hablar las manos es otra cosa. Yo hablo con todo el mundo; si son sordomudos, como si fuera una comunidad; y fuera de la comunidad, normal, y así aprendes más.   De pequeño mal porque no oía. Pero después mi mujer me animó.  

P.– ¿Cómo lee unos labios parapetados  tras una mascarilla? 

R.– La mascarilla ha sido empezar otra vez. Me tiene harto. ¿No has visto el cartelito lo que pone? (’Soy sordo, quítese la mascarilla para hablarme’, pone en el puesto de la ONCE en El Collado, esquina con Claustrilla). Lo paso mal, muy mal. Hay abuelas que no lo entienden, hay gente que sí y se la quitan y se la suben. Pero hay otra que no. ‘Deja, deja, me voy’, dicen algunos. Yo pido un favor muy grande, no me hacen caso, pues nada.   

P.– ¿Qué ventana al mundo son los sonidos? 

R.– Prefiero el sonido. Sin sonidos estoy muerto, un encierro y solo silencio. 

P.– ¿A usted qué le gustaría no ver ni oír? 

R.– No ver, no oír… me tiro al río. (¿Pero qué no le gusta escuchar?). Me ha pasado muchísimas veces… Pero paso de la gente, cuando la gente habla mal, yo paso. No escucho, no estoy atento. Si me tratan mal, paso. Y si quiero volver a escuchar digo ‘oye, ¿qué me has dicho?’.  

P.– Su mayor urgencia en estos momentos. 

R.– No sé… Quitar la mascarilla. La odio. Es lo único que quiero.   Nos ha hecho mucho daño, muchísimo. El doble. No hay manera.  A veces me agobio mucho.  

P.– Algo le habrá dado la mascarilla… 

R.– Mucha paciencia, muchísima. (¿Y libertad no le ha quitado?). La libertad es otra cosa. La libertad la tengo aquí, en la cabeza. Estoy feliz así. No estoy esclavizado de nada. 

P.– Y si además es el vendedor que más cupones vende de Castilla y León... 

R.– Pensaba eso, que era por ventas, pero no es por ventas. Me dijo la jefa que el premio era por la actitud, porque era alegre con la gente. Y por todo, por aguantar la pandemia y defenderme solo. 

P.– ¿Qué seguridad le da la moto? 

R.– Es una bomba. Me desconecta mucho la cabeza, cariño. Es otra manera de vivir. Sales fuera, preparo la ruta y los almuerzos en el restaurante… En vez de llamar, mandando wasap. Hago la ruta y me pongo en primera fila. Vamos todos los domingos. Te desconecta muchísimo la cabeza. Somos 118 socios y a la ruta se apunta quien quiere. La semana pasada 23 personas. 

P.– A ver, cuélguese tres adjetivos. 

R.– No sé. Majo, simpático, alegre. Y feliz. Y normal, como tú. Somos normales. (Ser sordo es ser normal). Sí, no como me dijo el médico, subnormal. 

P.– ¿A qué momento de su vida no volvería? 

R.– A la pandemia, a la mascarilla.  

P.– ¿Peor éste que la infancia de silencio? 

R.– En la infancia me lo pasé muy bien. Y hoy también. Con la gente que viene a saludarme, aunque no compre los cupones. Les pasa como a ti. Hoy has venido a comprar la primera vez, pero pasas y saludas. Pues eso, solo saludar y punto. 

P.– ¿Y a qué momento volver? 

R.– Quiero volver a viajar, a ir de vacaciones. A Italia o a cualquier otro sitio. Me da igual. Y si voy con la moto, mejor.  

P.– Envidiemos algo, yo de usted y viceversa. 

R.– No sé. Tengo una amiga que es sorda también, le pusieron coclear (implante para facilitar el sonido), pero a mí no me da envidia. No, no. Cuando alguien te dice algo, yo me fijo en los labios. Procuro mirar siempre a la cara para ver lo que me dicen.  Yo te miro a ti. Es lo que hay. 

P.– Le voy confesar algo. 

R.– Qué miedo me das. 

P.– Hay personas con las que uno habla que dicen estar escuchando pero no te miran. Usted mira, está atento y eso es un gusto. Gracias.

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