ENTREVISTA / BLANCA ANDRÉS GALLEGO
«La trufa da mucha paciencia, pero tanto trabajo y esfuerzo tienen su buena recompensa»
A Blanca le embarga la realidad. La realidad y el tiempo que aprovecha al minuto. Planta, poda, siega, recolecta, envía, factura y «doy las gracias», dice, en un ejercicio de buen hacer no siempre fácil de encontrar. Hablamos de trufas en temporada, tan metidas en materia que el aroma llega a través de la conversación telefónica y se cuela el sonido del cepillito limpiando el fruto. Oro vivo, oro rural.
Pregunta.– Algo se le habrá pegado a la truficultora. ¿Qué tiene en común usted con una tuber melanosporum?
Respuesta.– La afición al campo. Nada más.
P.– Oiga, ¿en qué lenguaje se expresan las trufas?
R.– En su aroma especial.
P.– ¿Y qué le revelan?
R.– Satisfacción, placer. Satisfacción de cogerlas, por el trabajo a lo largo de 14 años, satisfacción por el adiestramiento de los perros, que lo hago yo. (¿Y cómo se enseña a un perro a buscar trufas?). Jugando con ellas para que identifique el olor, el aroma de la trufa en un principio con el juego y luego, cuando ya toca trabajar, el juego se acaba. Aunque para ellos siempre acaba siendo un juego.
P.– ¿Por qué un perro y no un cerdo?
R.– Para mí es mucho más manejable. Carga y descarga un cerdo en el coche… Yo no me veo capaz. Ni me lo he planteado. Además por higiene y porque el perro aporta compañía.
P.– ¿Qué hay más rastrero y oscuro que una trufa?
R.– De ésta paso. No le encuentro nada rastrero, sucio tampoco. (Yo no he dicho sucio). Nada, paso.
P.– ¿Cómo distinguir el gato de la trufa? Igual hay trufas que no son trufas, trufas…
R.– Yo ese aspecto no lo he conocido. Así que no sé contestarte. Sé que hay otras variedades, pero lo considero en todo caso otras variedades. Igual que está la trufa de verano…
P.– ¿Qué es lo más gratificante que le resulta del medio rural?
R.– La tranquilidad, la paz. Es lo que me aporta.
P.– Blanca, ¿por qué todo lo bueno se hace esperar?
R.– Porque al final tiene su recompensa. Por eso. Esperar con la trufa tiene su buena recompensa, por el trabajo, por el esfuerzo, por la inversión. Son tantos años de tanto trabajo y esfuerzo, de todo… que hay que estar mucho tiempo para empezar a ver algo de producción. (¿Desanima?). Esto es como todo, te tiene que gustar. A mí me gusta y me anima. Hay gente que se desmoraliza porque, o no han trabajado la tierra bien o no es suficiente. No quiere decir que no la hayan trabajado bien, sino como a lo mejor el campo lo merece o la planta lo pide. Hay plantas que las trabajas igual que otras y no te producen lo mismo, ni desarrollan lo mismo. Yo estoy contenta.
P.– ¿Cuánta paciencia, además de beneficios, le dan a usted sus frutos, que planta, recolecta y vende en Oro negro de Soria?
R.– Paciencia dan mucha. Lo primero piensa que son 14 años mínimo… Dicen, cuentan que a partir del octavo año empiezas a recoger algo, pero paciencia mucha. Paciencia con la trufa, paciencia con los perros, porque al fin y al cabo no quiere decir que un perro lo adiestres y sea una máquina. No todos los días trabajan igual y trabajan bien, ni quieren trabajar. Y otros días te enamoran y te satisfacen trabajando como locos. Luego el tiempo, otra cosa superimportante. Este año ha hecho muchísimo calor y los perros no trabajan igual ni tú tampoco. O cuando hace mucho viento. Por eso la paciencia es eterna, siempre. A mí me anima la ilusión que tengo por ver lo que voy consiguiendo el día a día.
P.– La cruz de una truficultora.
R.– En realidad no sé si se consideraría como una cruz... Yo trabajo como quien dice cada día. Cada día, cada día. Si no es haciendo una cosa, es otra. Podríamos decir la dedicación.
P.– Si yo fuera perro, bueno, perra, me la comería.
R.– Tengo varias versiones. Tengo uno que es la bomba, que hasta que yo no lo digo donde está, me mira y se queda quieto; otra que tengo que tener muchos ojos y si no le digo 'para, para, para' se la come; y otra que le da con las patas y para. Tengo las tres versiones.
P.–
¿Dónde va una trufa cuando muere si es que lo hace?
R.–
Pues pienso que no lo hace. La trufa que tú sacas, va como espora y sigue teniendo vida en la tierra, la vuelves a meter como espora. Morir como tal es difícil.
P.– ¿Cómo se ha colado la pandemia, si es que lo ha hecho, en la truficultura?
R.– En el mercado. No había restaurante y al no haber mercado y encima al ser un producto un poco más selecto, pues no teníamos venta. A ver, hemos tenido venta, pero no como debería.
P.– Muchos guantes echan las administraciones a los truficultores. Se consiguió con la mantequilla, con el torrezno, pero la marca de garantía no atrapa al productor. ¿Por qué?
R.– No sé qué contestarte a eso.
P.– Entre 'tente mientras cobro', Aragón ha tomado la delantera.
R.– No te puedo decir. Hay temas de los que no sé, no veo televisión. No me da la vida para todo. Hay muchas cosas que ignoro.
P.– Si fuera hongo, ¿qué reivindicaría?
R.– La libertad. Libertad en todo. Un hongo sale por propia naturaleza, o sale o no sale. Si el tiempo lo permite, libre, que salga por donde quiera.
P.– ¿Cómo se entiende que siendo tan pocos haya dos asociaciones truferas? ¿Cuánta pluralidad y cuánto mal rollito, oiga?
R.– Pues ahí no sabría qué decirte, porque yo no soy socia de ninguna de las dos. Mi marido sí que es de Asfoso. Si hay mal rollo, yo lo ignoro. Como son cosas que a mí no me afectan; son cosas que si las hay, yo en mi día a día ni me entero. ¿Qué hay pluralidad? Tampoco lo sé. Yo me levanto, me voy a mi monte, a mi trabajo y luego vuelvo a mi casa. Yo nunca me he encontrado en ninguna reunión ni en nada en la que haya ninguna opinión que a mí me dé que pensar. No tengo ni idea.
P.– ¿Cómo empieza Blanca en el mundo de la truficultura?
R.– Mi marido trabajaba para una empresa. No solo compraba trufa y empezamos con la truficultura. Nos ofrecieron comprar unas plantaciones y así empezamos. Me engancha la afición de ver que has plantado, has hecho vallado, has puesto el riego, las trabajas todos los años... La felicidad que tengo yo en el monte.
P.– ¿Qué le debe el desarrollo de la provincia a emprendedoras como usted?
R.– Yo te hablo por la trufa. En la provincia es donde tenemos la riqueza, el producto, pero si fuese por la población de la provincia, no somos consumidores, ni de setas ni de trufas. Si no fuese por las ventas al exterior, creo que nos comeríamos con patatas las setas y las trufas. Somos muy buenos productores, pero consumidores, no.