Entrevista. Luis Ibáñez Lázaro
«Fui a buscar el Árbol de la Música a Alemania y traje el castaño de flor rosa»
Muchos tilos, castaños y plátanos de la Dehesa llevan su nombre. Y hasta el Árbol de la Música se apellida Ibáñez. Planta, cultiva y cría la ternura de una flor y la fortaleza del roble y ni por asomo degustaría pétalos comestibles en un restaurante. Luis no entiende que se regalen más flores a los muertos que a los vivos (tampoco quien escribe) y tiene claro a qué huele su flor, la rosa: a sensualidad. Escuchamos.
P. ¿Qué le inspira una flor además de negocio?
R. Un poco de ternura, de naturaleza, cosas que a lo mejor yo doy por hechas.
P. La planta más fuerte que conoce y a quién le recuerda.
R. Las flores todas son efímeras. Las plantas más fuertes son las encinas y los pinos. Por eso hay esa expresión de fuerte como un roble. A mí me recuerda a la gente mayor, a mi abuelo, que murió con 100 años. Tampoco lo he pensado, pero algo así. Me recuerdan a mi abuelo.
P. ¿Cómo es eso del maño que fue a estudiar Forestales a Almazán y a los... muchos años acabó vendiendo planta y flores en el polígono de Soria?
R. (Ríe). ¡Ay, ay, ay! Pues mira, yo estudio en Soria a los 17 años, termino, me voy al Servicio Militar, me llaman a un vivero de Calatayud y empiezo a trabajar hasta los 40. He de decir que de los 20 a los 40 yo cambié -bueno, mi empresa- todos los olmos secos que se murieron en la Alameda. Y cuando el Árbol de la Música, vuestro roble de la música seco, se murió, el Ayuntamiento convocó un concurso y ese concurso lo gané yo. Los 10 ó 12 viveros que se presentaron el Ayuntamiento exigía que fuera un castaño de flor rosa y que fuera el más grande posible. Todo el mundo se fue a buscar el árbol a Italia, que era lo tradicional. Pero el Ibáñez cogió y se fue a buscar el árbol en Alemania, aunque valiera el triple. Entonces el castaño de la Música soriano lo compré en un triángulo que hay entre Alemania-Bélgica y Holanda, donde hay unos viveros de árboles grandes. Costó mucha pasta, pero que era el más grande que había entonces.
Fui a Bélgica, luego a la frontera alemana, elegí el árbol una vez que el Ayuntamiento me lo había adjudicado y subí a plantarlo. Ese fui yo. Y luego cuando hace 25 años decidí establecerme por mi cuenta lo primero que busqué fue un terreno en Soria, cosa que no encontré. Era imposible encontrar un terreno que tuviese agua, cerca de la carretera y no lejos de la ciudad.
P. ¿Y el Viveros Ibáñez que hay en el polígono?
R. Hace 10 años subí otra vez a Soria, fui a Carbonera a llevar unos árboles y al volver entré a Golmayo al bar del Míguel a tomarme un café. Y le dije 'oye, ¿yo podría encontrar aquí un terreno para montar un vivero? Y me dice 'éste te lo vende' refiriéndose a un señor mayor que había allí. Y así fue, me lo vendió. Yo originalmente no quería montar en Calatayud, yo quería montar en Soria, pero como no encontré en Soria lo hice en Calatayud. Y hace 10 años monté en Soria y por eso estoy aquí.
P. ¿Y qué tiene esta provincia para que le atrapara así?
R. A ver, me atrapó el hecho de que yo estudié en Soria, me gusta la naturaleza, la he sentido cerca y estando en Calatayud tenía muchos clientes de Soria. Subíamos todos los años porque salía el concurso de árboles para el Ayuntamiento y casi nos lo quedábamos cada año. (O sea, que muchos árboles de la ciudad, casi llevan su nombre). Muchos, muchos árboles de Soria llevan mi nombre, sí. Todos los castaños, los tilos y los plátanos de la Arboleda, que se murieron los olmos, los compre en Italia y los trajimos -mi antigua empresa- a Soria. Y el Árbol de la Música también. Ahora los concursos son algo diferente. En Soria estoy a gusto.
P. Soria es algo más que pino.
R. Hombre sí, claro (extiende la 'o' con ramalazo maño). A mí Soria ¿sabes qué me ofrece siempre? Honestidad. Los sorianos llevan esa fama de que son duros, pero cuando deciden gastarse lo que sea en un árbol, no tienen problema. Impagos en Soria no suele haber. Ninguno en 10 años.
P. ¿Cómo explica que regalemos más flores a los muertos que a los vivos?
R. No lo entiendo. A los muertos les ofrecemos respeto. Llevamos la flor para decirles que nos acordamos. Luego el resto del año, aunque nos acordemos, no vamos al cementerio. Luego, socialmente es un acto en el que el día de Todos los Santos por la mañana te encuentras a medio pueblo. Yo soy de un pueblo pequeño y así pasa.
En España no hay esa tradición de regalar flores; en el resto de Europa, sí. Vas a Francia, Holanda, Italia y sí, hay mercadillos de flores y se compran porque es tradición. Aquí solamente en el día de los enamorados, en bodas, bautizos...
P. ¿Qué saben sus plantas y flores de usted?
R. Esa creencia que hay de que los árboles si les hablas, te escuchan, es verdad. Es así y estoy seguro al cien por cien, aunque no pueda demostrarlo. Si los tratas bien, ellos te devuelven. Al agricultor que los trata bien, le devuelven más cosecha; al que los trata mal, menos cosecha. Al huertero que trata bien a sus tomates, le dan más cosecha. Y tratarlos bien no es regarlos lo suficiente, es regarlos, cuidarlos, estar por allí, tocarlos... Todas esas cosas. La plantas no tienen la posibilidad de hablar, ni ladrar como un perro, pero están vivas y responden.
P. Todos los Santos es agosto en noviembre.
R. Hay una encuesta que dice que para las floristerías el día de Todos los Santos puede suponer el 30% de la facturación anual, o el 40%. Se regalan más flores que plantas por la vistosidad. Además, antes en los cementerios, hace 40 años, eran todo tumbas; ahora son nichos y en él hay un pequeño jarrón para meter ahí unas florecicas, unos pequeños claveles. Nada más.
P. Una razón para pasear despacio por un vivero.
R. ¡Ay, Dios mío! El vivero está lleno de plantas, mejores o peores, pero bien cuidadas, las ves lozanas, verdes... Tengo dos viveros, uno en Calatayud y otro en Soria y siempre digo lo mismo. Hay tiendas de ropa a las que entras y si no compras hay a gente que le sabe mal. A mí me encanta ver gente por mi casa, aunque no me compren. Me da igual. Me encanta tener gente paseando; podré tener lo que tenga, unas veces mejor, otras peor... Ahora hay muchas plantas que no conoces, plantas del norte, coníferas raras, flores que antes no se conocían o eran poco conocidas en España.
P. Cambiamos de tercio. Dígame cómo es el perfume de la que más le guste.
R. A mí las rosas. (La flor, no; el perfume). Sensualidad. Hay algunas que tienen un perfume fuerte para ahuyentar a los depredadores, pero normalmente es al revés. Tienen un perfume suave para atraer a los insectos, para polinizar... Normalmente son perfumes suaves que evocan sensualidad. Esa es la palabra.
P. ¿Cómo explica que haya flores con espinas?
R. Las espinas son para defenderse de quien se las quiere comer y las flores vistosas son para atraer a los insectos que han de polinizarlas. Las flores casi todas -digo casi todas- tienen que ser polinizadas, igual que nosotros para reproducirnos. Cuanta más vistosidad, más insectos; cuantas más espinas, más defensa y así no se comen la flor.
P. ¿Qué hace con un carretillo de flores? ¿comerlas, regalarlas, llevarlas al cementerio, darse un baño a estilo American Beauty?
R. Llevarlas al cementerio no; comerlas tampoco. Regalarlas, seguro.
P. Hablando de comestibles, ¿cómo entiende el gusto por comer flores?
R. Si no tienen ni sabor... Pienso que solamente es la decoración del plato. Es que en esta sociedad todo es estilismo, quedar un poquito mejor para salir en las redes sociales.
P. ¿Qué es lo peor de un negocio de venta de plantas y flores?
R. Lo que ocurre es que nosotros trabajamos con seres vivos. (De nuevo el acento prolongando la 'o'). Y los seres vivos se mueren. Echamos muchas flores al vertedero, no al vertedero sino al reciclaje.
De cada mil plantas que yo planto, en el cultivo perderé el 10%; otro 5% en la manipulación; los animales también me matan un 2 o 3%. Al final, un 20% lo pierdes al llegar al punto de venta. Y luego si no se vende... porque las modas influyen mucho. Lo que este año se vende, al próximo, no. Trabajamos con seres vivos.
P. ¿Y lo mejor?
R. Cuando tienes un negocio y se vende. Eso es satisfacción. Me satisface mucho cuando alguien me compra una planta o le llevo un árbol a un jardín y a lo mejor a los dos o tres años te lo encuentras y te dice 'fíjate, te compre aquello que era una cosa pequeña y ahora tengo una morera que me da una sombra...'. A mí me jode mucho una cosa, y me gustaría que lo pusieras. Un arquitecto hace un edificio que es la leche de bonito y pone unos bancos en la calle que cuesta cada uno 1.200 euros porque son de diseño. Y luego pone unos árboles que, bueno, son árboles, pero en vez de ponerlos como el que yo traje de la Música, que vale una pasta, pone 50 pequeños cuando habría que plantar 10. La mitad acaban rotos, porque todo lo ha centrado en el diseño de la arquitectura, de los bancos, del hormigón. La naturaleza siempre ha estado un poco olvidada.
P. ¿Y las de plástico?
R. No me gustan nada. Quizá haya sitios que dices, bueno, igual sí porque son oscuros. Hay gente que pone en los balcones plantas de plástico. Y a mí... Es preferible no poner nada. Pero hay gustos y colores.
P. ¿Cuántas veces al día piensa en seres vivos con raíces?
R. No lo piensas. Es mi trabajo. Estás viendo si sobra algo, que hay que cambiar esto o lo otro.
P. ¿Qué tiene un vivero que no tenga una floristería?
R. A ver, yo soy jardinero de profesión. Una floristería es otra cosa. Es algo que yo no sé hacer. Por ejemplo, un ramo bonito de rosas, paniculata... no sé hacerlo. Es otra cultura. Cuando voy a Holanda y veo centros de plantas, no de flores, de plantas, que hacen los estilistas extranjeros. Cogen una piedra de río, una madera, dos mimbres... y con cuatro chorradas lo arman. Un jardinero planta, cultiva, cría, pero no hace eso.
P. Ya lo dijo Baudelaire en Las flores del mal.... "la dulzura que fascina y el placer que mata". ¿Algo que añadir a esta conversación de árboles, plantas y flores?
R. Estoy muy de acuerdo con lo que has dicho.